domingo, 11 de mayo de 2008

Etnografias: el antropólogo como autor.



Cerro multicolor.

Octubre del 2005. Viaje misional a lo largo de toda la puna. Junto con mis compañeros de 4to heredamos esta misión que hace 27 años realiza nuestra escuela. Vamos a enseñarles cosas nuevas a los chicos del norte, pero terminan enseñándonos ellos a nosotros.

Cuarto día. Hacemos una parada en Pucará, donde se encuentra el famoso Cerro Multicolor. A un costado de la ruta, como en cada lugar turístico de la zona, yace una feria artesanal de gran dimensión. Definitivamente cultura no se asocia con posesiones materiales. Cuanta cultura en una zona tan olvidada. Los comerciantes venden desde los gorros típicos de allí hasta billeteras o sourvenirs con el nombre del lugar tallado. A donde quiera que mire existe el regateo. Cientos y cientos de “otros” listos para pagar lo que sea por obtener un recuerdo de ese lugar.

¿Mi adquisición? Además del típico frasquito con tierra de los 7 colores del cerro y un sweater de lana; un mini saxofón de madera, que como buen amante de la música, apenas vi, no pude evitar preguntar cuánto estaba. Había tantas cosas interesantes, una cantidad abismal de instrumentos musicales caseros y de ropas artesanales.

Al fondo del camino de tierra, cuando finalizan los negocios callejeros, se encuentra una modesta parroquia, construida con ladrillos, y con una campana en la cima. En cualquier pueblo que fuera, había una. Son muy creyentes, desde chicos les enseñan el catolicismo. En fin, entramos todos a la pequeña parroquia y nos sentamos en los banquitos de madera a escuchar el sermón. Luego de unas palabras del sacerdote, los llamados “coyas” toman algunos instrumentos y nos hacen escuchar algunos de los cantos típicos del lugar. Una compañera de mi curso toma una guitarra y se suma. En verdad nos hacían sentir parte de todo. En cambio, si ellos vinieran a pasar unos días a la capital, creo que no se sentirían tan cómodos en el ambiente discriminatorio en el que convivimos.

Después de esta descripción, concluyo con una reflexión. Además de amar los paisajes del norte, creo que esas ferias artesanales que están por todas partes, no son sólo ferias artesanales, son verdaderas fuentes de cultura y aprendizaje. Fue una gran experiencia, una de las mas importantes de mi vida, y ojala pueda repetirla. Lo que uno menos espera cuando emprende un viaje misional, es aprender más de lo que enseña, recibir más de lo que da, volver con la mente completamente distinta.

1 comentario:

Lisandro Gallo dijo...

Che muy copada la experiencia, al menos queda esa sensación después de leerte. Está bueno que cuentes un viaje al norte distinto al que se cuenta y se escucha por esto días, que parece re cool ir al norte. Debe ser un lugar espectacular, me debo el viaje, ojalá lo pueda hacer el año que viene.
En cuanto al relato, por ahí hubiese estado bueno que cuentes más cosas de los lugares, como lector uno se quesda con ganas sde saber más.